martes, octubre 14

Catorce de octubre de dos mil ocho


Estoy situado en el mirador de la llanura.


Arriba.


Aquel lugar donde se pueden ver los vientos, besar los ríos o beber las noches.


Puedo ver un bosque aún.


Catorce velas blancas surcan los mares en busca del gran océano, o con ganas de volver a tierra, pero siempre recias y dispuestas a ganar la carrera imprevista.


...Y cuando ví el agua surgir de los dos manantiales, momento que jamás olvidaré, supe un poco más tarde que me llevaría al inicio de los tiempos...


Catorce velas siguen su curso en medio de las borrascas inexpugnables, buscando las razones inexplicables de su propia existencia, arañando la tarde que adormece la marea, virando hacia el sur.


El bosque sigue preso de su propio recinto, pero sabe ser lo que siempre fue y quiere saltar por encima de todo, es capaz de soñar que será libre, y mientras tanto tomamos ventaja de su fuerza, de su peculiar latido, no hay nada más aquí, es un verdor capaz de explicarlo todo y no pondré jamás en duda su fortaleza.
Tiempo nuevo que llegaba entre sus ramas, en una tarea dulce que me guía entre sus caminos, ahora despejados y anchos.
Tiempo que no cabe en relojes, que no es de calendarios, pero que se comprendería si fueramos arbustos, si fuesemos rosas frescas, flores de la selva que ansían el agua tropical de la tarde, la tormenta no tardará, la lluvia va a regarnos otra vez, como el regalo más preciado.


Y será la nieve quien cubra las velas, todas, otrora secas al sol de invierno, y todo será un momento congelado, con la vida apareciendo por doquier, la esperamos, está por llegar y será una alegría emocionante. No ha de tardar. Se puede respirar casi...


...Y beberemos de sus cristales como así fue y será.

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